EL BICENTENARIO Y LA RECONCILIACIÓN NACIONAL

 

En el Perú, declarado oficialmente vía Decreto Supremo, se denomina al año 2021 como el Año del Bicentenario: 200 años de independencia. Un ostentoso homenaje a la tan exuberante como demagógica declaración que hiciera el monarquista Don José de San Martín el 28 de julio de 1821: El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. Viva la patria, Viva la libertad, Viva la independencia…

Luego del alarde, los libertadores y sus aduladores celebraron, de etiqueta, con jarana, trago y baile.

Tras un año y pocos meses de mal Gobierno bajo su alabada monarquía constitucional —a pesar del supuesto cambio de su posición política de fidelista a separatista—, y su frustración, al no encontrar un Príncipe sucesor que reinara en el Perú; además de fracasadas campañas militares contra el Virrey La Serna, que había restaurado la monarquía absolutista haciéndose fuerte en la Sierra, y tras el varapalo que le diera el otro señorito, más conocido como don Simón Bolívar, el buen Protector del Perú, don José de San Martín, llenó sus cofres y se largó a su querida Mendoza, en Argentina, y de ahí partió hacia Francia para esfumarse en monárquico anonimato.

De entonces para acá, han transcurrido 200 años de independencia…
Así dicen algunos, pero los demás tenemos todo el derecho de preguntarnos sobre la veracidad de tamaña sandez y el verdadero papel cumplido por un montón de precursores, próceres, libertadores y líderes independentistas que mantenían estrechos lazos con grandes terratenientes y capitalistas intermediarios o agentes del capital extranjero.

Seamos sinceros. ¿De qué independencia hablan hoy? ¡200 años! ¿De qué se sienten tan orgullos los dueños del Poder y otros sumisos intonsos?

Quien conozca, por poco que sea, la historia de América Latina, recordará por lo menos 2 cosas: la invasión del Imperio Español, encabezada por Cristóbal, que impuso la feudalidad dentro de una oleada internacional de colonización; y el genocidio desatado, con bendición de la Iglesia Católica y la Santa Inquisición, por sucesivas huestes de conquistadores tras el descubrimiento de las mal llamadas Indias. Estos hechos históricos, en esencia, bien se podrían resumir como parte de un proceso mundial de expansión, absorción y control de nuevos territorios y la saña con que los depredadores se disputaron y distribuyeron el botín de guerra sin interesarles el porvenir de los nativos como fuerza y medio de producción. Esto es lo que algunos, con avideces de festejar cualquier barbaridad, pretenden hacernos olvidar.

Tampoco es posible olvidar que, tras el derrumbe del Imperio Español, penetró en estas tierras el Imperio Británico para socavar la relativa independencia administrativa que habían logrado los americanos —los españoles criollos y mestizos de origen americano—; y, tras el dominio británico llegó el dominio del Imperialismo Estadounidense.

Así, el Perú pasó de ser una colonia española a una semicolonia británica y luego a una semicolonia estadounidense; esto es, el Perú pasó a ser un país subyugado por una potencia imperialista y, si bien tiene independencia política declarada, vive bajo su dominio en lo económico, diplomático, cultural y militar —en la economía y la superestructura— que hacen de la independencia política una cuestión meramente formal.  (…)


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